
NO OLVIDES ESTE
- DOMINGO DE RAMOS
De José Antonio PAGOLA
La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.
María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, sólo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él».
Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un "Jesús muerto". No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.
Estimada Comunidad: les comparto una reflexión del sacerdote y teólogo español José Antonio Pagola. Esta es una pregunta difícil de responder y que pertenece a todo el camino de la revelación: el misterio del Dios hecho carne.
QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ?
José Antonio PAGOLA
Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?
Un "Dios crucificado" constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.
El "Dios crucificado" no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.
Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.
Este "Dios crucificado" no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.
Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el "Dios crucificado". Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el "Dios crucificado" y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.
¡BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR!
Hoy comenzamos la Semana Santa y el evangelio nos narra la entrada de Jesús a Jerusalén, según la versión del evangelista san Lucas (Lc.19,28-40). Se trata de una entrada distinta a la del común de los peregrinos que llegaban a Jerusalén con motivo de la celebración de la pascua del pueblo judío. Jesús no entra a Jerusalén confundido entre la multitud de peregrinos, porque, a pocos días de sufrir su crucifixión y muerte, en la última etapa de su vida terrena, él quiere expresar de manera visible con signos contundentes, el sentido salvador de todo lo realizado durante su vida y de lo que se realizará en su pasión, muerte y Resurrección.
Aclamado por la gente que le grita: “Bendito en el nombre del Señor el que viene como rey”, Jesús se revela como un monarca que no es de este mundo, desde el momento en que no se muestra con el poder de los grandes de este mundo. No llega en cabalgadura militar, sino montado humildemente sobre un asno. Su reinado es el del servicio, por eso es recibido con los signos populares que la gente de Israel acostumbró realizar, cuando en ocasiones anteriores acogió a quienes reconoció a través de su historia como sus reyes y servidores, como por ejemplo Salomón. Entre esos signos están las aclamaciones, las palmas y los mantos puestos a su paso a modo de alfombra.
Pero en Jesús, hay alguien más que una persona humana; la gente lo reconoce como el que viene en nombre del Señor, es decir, lo reconoce como el Mesías, el Salvador, el que viene a realizar una nueva pascua; la Pascua de la Alianza nueva y eterna, con la cual Jesús realiza para todos nosotros el sencillo servicio del amor, perdonando nuestros pecados.
Al iniciar la Semana Santa, celebrando el Domingo de Ramos, dispongámonos no solo a disfrutarla como un tiempo de descanso aprovechando los días feriados, sino vivámosla sobre todo como un tiempo apropiado para recibir a Jesús, que al igual como entró en Jerusalén, quiere entrar en nuestras vidas con la ceremonia de un rey servidor, para llevarnos en su Pascua a vivir nuestra pascua, dando los pasos necesarios desde nuestros egoísmos, orgullos y rencores, hacia el amor, la generosidad, la sencillez y el perdón, para reencontrarnos con nosotros mismos, con Dios y nuestros hermanos como servidores y ser bendecidos por aquel que viene en el nombre del Señor.
Fr. Miguel Angel Ríos op.
ROMA, martes 23 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El obispo-regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica, monseñor Giovanni Francesco Girotti, abordó el tema de la actitud de los confesores en el delicado caso de las personas divorciadas que se han vuelto a casar.
Lo hizo ante los micrófonos de Radio Vaticano el pasado 8 de marzo, durante el curso anual de la Penitenciaría Apostólica para jóvenes sacerdotes sobre “fuero interno”, celebrado en el Vaticano del 8 al 12 de marzo,
El prelado destacó que “la doctrina y la práctica oficial de la Iglesia vigentes actualmente buscan recorrer una ruta fiel al mandato recibido por el Señor, que es quien administra perdón y misericordia”.
“La Iglesia, frente a las situaciones a veces muy delicadas -como el caso de los divorciados que se han vuelto a casar-, y el Papa nos lo recuerda muy a menudo, actúa siempre según el espíritu de Jesús, que tiene compasión por los pecadores”, añadió.
El confesor es “el administrador” de este ministerio y no el “patrón”.
Así, “cuando no puede dar la absolución, da las indicaciones, ofrece los medios para poder mantenerse siempre en el corazón de la Iglesia”.
La Iglesia “no puede faltar a su mandato, no puede ocultar sus principios, pero a pesar de ello, la Iglesia se debe a estas personas a las que no puede abandonar”, destacó.
El prelado también recordó que la Iglesia, “en todas sus intervenciones, también recientes, ha demostrado siempre una atención, un cuidado, un compromiso de ir al encuentro de situaciones humanamente difíciles y que parecen imposibles de resolver”.
“Por supuesto”, los divorciados que se han vuelto a casar continúan perteneciendo a la Iglesia, insistió.
Y concluyó: “El cuidado que hay que reservarles es verdaderamente una tarea digna de atención”.
Queridos amigos y amigas: me llegó esta interesante y profunda reflexión sobre el terremoto. La comparto con Uds.
¿Es responsable Dios de este terremoto?
En ciertas ocasiones los seres humanos, incluso siendo cristianos, nos preguntamos por la existencia del mal. “¿Por qué el mal?”. El tremendo terremoto que nos ha azotado ha hecho que volvamos a hacernos la misma pregunta. Como creyentes hacemos incluso otra pregunta: ¿es responsable Dios de esta tragedia?
He estudiado el tema, pero las respuestas no me convencen. Las soluciones muy racionales a estos cuestionamientos, por una parte son indignantes para los que sufren y, por otra, conducen a una naturalización del mismo mal. Tanto el mal físico como el mal moral llevan la marca del misterio. Con todo, no es inútil mantener estos cuestionamientos porque, en la medida que tratamos de resolverlos, hallamos algunas claridades y abrimos posibilidades a reconstrucciones insospechadas.
Cabe aclarar, en primero lugar, de qué Dios se trata. Cuando hablamos de la posibilidad de que “un dios” sea responsable del terremoto suponemos que este “dios” puede ser el culpable directo del sufrimiento atroz de algunas personas; que este “dios” pone pruebas a la gente, como ser, arrebatar a una madre de sus brazos a dos de sus hijos para que ella crea por fin en su poder; que podría, si quiere, castigar a los miserables por miserables, y a los pecadores por pecadores; que este “dios” se divierte con su mundo y que la humanidad debe vivir, en consecuencia, expuesta a su arbitrariedad. Ninguno de estos dioses, empero, es el Dios de los cristianos. ¿Cómo lo sabemos?
Es necesario volver a la historia. Los cristianos conocemos a Dios gracias a un hombre inocente con apariencia de castigado que creyó, sin embargo, que Dios era un Papá y que habría de reinar como un “padre nuestro”. Esta fe suya le costó la vida. ¿Cómo habría de creerse –dirían autoridades religiosas de entonces- que Dios es amor y solo amor; que ama a los que nadie ama y ofrece un perdón incondicional a los que es normal castigar? Allí, en la cruz, la Iglesia naciente creyó en un Dios trino. Allí, en Jesús crucificado, nunca Dios fue más nuestro y nunca fuimos más suyos. Por esto, cuando los cristianos delante de la cruz nos hacemos la pregunta por el origen del mal somos desarmados por Cristo. Bien podremos quejarnos contra “Dios”, lo hizo Job. Pero no contra Jesús. Hoy, Cristo, como nuestro representante, pregunta a Dios por los millares de crucificados por el terremoto: muertos, heridos, huérfanos, hambrientos, enfermos, despojados, sin-techos, cesantes… Pero el mismo Jesús constituye, a la vez, la cercanía de Dios, el consuelo y la mano amiga sobre el hombro del que lo perdió todo.
Los cristianos no incurrimos en ningún “dolorismo” cuando nos aferramos al crucificado pues lo creemos resucitado. El dolor por el dolor solo hace daño. Lo último es la resurrección, no la muerte. Pero la confesión de la resurrección puede ser vana. Creemos que la cruz salva porque Jesús fue resucitado, pero si nosotros cristianos no resucitamos a los crucificados y con los crucificados, nuestra creencia en el Dios de Jesús se vuelve irrisoria u ofensiva. ¿Podemos decirle hoy a los que sufren que Cristo está con ella? Sí y no. No podrían los jóvenes, si en vez de salir pala en mano a ayudar a los damnificados se quedan de brazos cruzados. Sí podrían los ancianos, si no pudieran hacer nada más que rezar con sus compatriotas: “Dios nuestro, por qué nos has abandonado”. La fe en Cristo es auténtica cuando no asfixia el escándalo del dolor inocente con razonamientos justificadores de lo injustificable; cuando recicla este escándalo como amor que colabora libremente en la obra de un Dios Creador cuya obra nos desconcertaría por completo si no experimentáramos que este amor es lo más real de lo real.
Estamos ante una catástrofe, pero también ante uno de esos momentos de la vida en que se decide un rumbo definitivo. ¿Chile? ¿Qué es? ¿Quién? Chile es un país que puede convertir esta catástrofe en un acontecimiento de amor masivo y profundo. Estos días en que hemos visto tanto dolor, los chilenos tendríamos que estar más atentos que nunca al inmenso amor que llevamos en la sangre y que está haciendo milagros entre todos nosotros. Este debiera ser el aporte cristiano. Los terremotos en Chile son nuestro sino, pero nuestra vocación es la solidaridad. Los terremotos para los chilenos, en la óptica de la fe cristiana, no ocurren por “culpa” del “Padre nuestro”, sino que son una ocasión para amarnos y creer en el Amor. Tal vez ni el propio Jesús habría podido explicar el origen de este desastre, pero de nuevo habría dado su vida para que creyéramos que el Amor es el sentido definitivo, a veces atrozmente oculto, de la creación. Lo más real de lo real.
Jorge Costadoat
Centro Teológico Manuel Larraín
“…YO TAMPOCO TE CONDENO…”
Forma parte de la justicia, el respetar el derecho de alguien a rehabilitarse de un eventual error, delito o pecado. A este respecto, resulta iluminador el mensaje del evangelio de hoy ((Jn.8,1-11), mostrándonos el amor y el perdón como una alternativa posible y eficaz, para salvar el derecho a la vida, la dignidad y la rehabilitación de quien ha cometido una falta. Se trata del caso de la mujer adúltera, condenada por la ley judía de su época, a la pena capital de lapidación (apedreamiento).
La fuerza del mensaje de este episodio está en la forma de proceder de Jesús que actúa con el criterio del amor, a partir del cual, juzga una situación de pecado sin declarar inocente a la persona, pero tampoco la condena a muerte; por el contrario, interpreta la ley para ponerla al servicio de la vida de la pecadora. En segundo lugar, Jesús procede frente a los maestros de la ley con una sana astucia, buscando como objetivo, no el engañarlos, sino, al contrario, desenmascarar la trampa que ellos quieren tenderle, aprovechándose de la situación de la mujer; por eso les dice: “El que esté libre de pecado, que le lance la primera piedra”. Como resultado, uno a uno los acusadores se fueron retirando del lugar. Jesús logró cuestionar la conciencia de ellos hasta hacerlos darse cuenta, que desde el punto de vista moral , no eran mejores que la mujer acusada. Por último, tenemos la actitud misericordiosa de Jesús frente a la mujer, después de quedar solo con ella: “…mujer ¿Dónde están: ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno”. De este modo el Señor salva la vida de la mujer, la libera de la humillación y culpabilización moral, devolviéndole la dignidad como persona en la que se puede confiar a pesar de lo que haya hecho; por eso le dice:”vete y no vuelvas a pecar en adelante”.
Desde nuestra condición humana, todos podemos reflejarnos en la situación de esta mujer, porque todos cometemos errores y nos exponemos a sufrir descalificación moral, sintiendo la necesidad de recibir perdón y la posibilidad de una nueva oportunidad. A diferencia de ella, nuestro sistema legal, no nos condena a muerte por causas de tipo religioso-moral; pero con la murmuración, los prejuicios y el popular “pelambre”, podemos destruir la vida de alguien, sin sopesar las consecuencias, si el día de mañana somos nosotros los que estamos en una situación similar. Jesús nos llama a respetarnos, sobre todo cuando queda al descubierto la parte frágil de nuestra condición humana. La manifestación más noble de ese respeto es el amor bajo la forma de misericordia y perdón y alcanza su expresión concreta cuando somos capaces de decir a alguien, desde el corazón: “Yo tampoco te condeno”.
Queridos amigos y amigas el terremoto no ha pasado inadvertido, nos ha hecho detenernos para pensar sobre nuestra propia fragilidad y sobre aquello que es verdaderamente importante: la familia, los hijos, los amigos, las personas que amamos, la vida.
Les saludo a la distancia, mil abrazos. Les anexo la reflexión bíblica sobre el comentario al evangelio de este domingo recién pasado de Fray Miguel Angel.
TERREMOTO Y CONVERSIÓN
Se acabó el terremoto y ahora viene la reconstrucción. Algunos lo perdieron todo, hay que empezar todo de nuevo. Algunos perdieron parte de lo que tenían, esa parte se reconstruirá de nuevo. Algunos no perdieron nada y sólo sufrieron daños menores, en este caso habrá que reponer los estucos y limpiar la tierra que cayó. De todas formas, todos tendremos algo nuevo después de la catástrofe. No será de inmediato seguramente, pero mientras nos defendemos con algo provisorio, se va haciendo la nueva reparación definitiva.
Así como se dan los fenómenos de los terremotos en tantos suelos y en especial en nuestro suelo chileno, así también en ese otro terreno que es el terreno espiritual de nuestra vida, también se dan “terremotos” que nos afectan en lo personal, familiar y social. “Terremotos” que echan por tierra nuestra vida, cuando descubrimos que los cimientos en los que la afianzábamos eran falsos, frágiles, inconsistentes e insuficientes.
La parábola del Hijo pródigo (Lc.15,11-32), es un ejemplo de una familia que en un determinado momento de su vida, sufre un “terremoto”, por causa de un hijo que se va de la casa, ansioso por gastar en todo tipo de placeres el dinero de la herencia que le correspondía. En lo personal el hijo sufre este terremoto, en el momento en que se le acaba el dinero, pasa hambre y se siente solo; su padre sufre esta crisis en el momento en que el hijo se aleja del hogar y también se siente solo. Ambos experimentan la fragilidad y lo caduco de la forma de relacionarse que hasta ese momento tenían. La parábola no nos dice nada explícito a este respecto, pero permite suponer que faltaba un nivel de mayor profundidad en esa relación familiar entre un hijo que tenía todo lo material que pedía y un padre que se lo concedía.
El desenlace del relato nos muestra que en circunstancias de crisis, se despierta en las personas una especie de intuición que hace percibir lo importante, lo verdadero, lo esencial, lo que está en peligro de perderse al equivocar los criterios de vida y tomar por esencial y absoluto, lo que no es más que relativo y mediático. Este hijo y este padre de la parábola, dan un vuelco radical a sus vidas a partir de ese momento crítico. Se vuelcan a la verdad del amor , descubriéndola y experimentándola como la cualidad esencial de todo ser humano. El hijo va a vivir este amor en clave de arrepentimiento y humildad para reconocer su error, y el padre va a vivir este amor en clave de gratuidad, acogida, entrega, esperanza y confianza. Lo central del relato viene a ser el reencuentro fundado sobre la cualidad esencial del amor, que hace que a partir de allí se comience a desarrollar una relación nueva, mucho más profunda ,auténtica y duradera, que la primera que estaba condicionada por el ídolo de lo material. En este hijo y este padre que se reencuentran, están representadas las cualidades del amor de Dios para cono nosotros, en especial su misericordia.
Una verdadera conversión, es como “terremoto” espiritual, y se desencadena cuando vivimos una experiencia fuerte de dolor, de fragilidad, de impotencia frente a alguna situación. También se dan cuando, a pesar de lo que hayamos hecho, experimentamos la gratuidad del amor, el perdón, y la alegría que transmite el rostro de quien nos acoge con misericordia, confianza y esperanza Allí nos encontramos con nuestro Padre Dios. Por aquí va la conversión a la que nos llama el Señor con esta parábola del Hijo pródigo en este cuarto Domingo de Cuaresma. ¿Hay algo que en este tiempo de conversión me esté remeciendo con fuerza?¿Qué terremotos interiores estoy viviendo?.
Fr Miguel Angel Ríos op.
CON LA ALEGRÍA DE UNA FIESTA DE BODAS.
Desde hace ya cierto tiempo, asistimos a una crisis de eficiencia y sentido por la que están pasando algunos organismos e instituciones que a nivel internacional y nacional, deberían ser los garantes de la democracia, el diálogo, la igualdad entre todos los seres humanos y la paz, de modo que los naturales conflictos por los que una sociedad como grupo humano tiene que pasar, no derivaran en guerras, violencia, abusos de poder y tristeza para quienes sufren las consecuencias. El problema no solo está en las instituciones en sí, sino también en falencias de tipo valórico, ético y de madurez cívica, en las personas que componen un grupo social. Algo parecido sucedió en la época de Jesús con la ley del pueblo judío, que en ese caso, no solo tenía valor como norma civil, sino también como mandato de Dios. La ley había perdido su sentido como compromiso de amor mutuo entre Dios y su pueblo. Se multiplicaron un sin número de preceptos burocráticos. Así, la ley del pueblo judío se transformó en un problema, más que en un servicio a la vida.
Esta situación es la que el evangelista Juan presenta de manera simbólica en este primer milagro realizado por Jesús como signo de su condición de Salvador para la historia humana. Es el milagro en que el Señor convirtió el agua en vino durante las bodas de Caná (Jn.2,1-11). Las tinajas vacías usadas para las purificaciones rituales, simbolizan la ley vacía de sentido, poniendo énfasis en un rito que purifica, pero que no termina por salvar, porque sus preceptos no responden a las necesidades reales de la gente. En contraste con esta realidad, a petición de su madre María, Jesús manda llenar las tinajas de agua y la convierte en buen vino. En el contexto del relato, el vino es simbólicamente el signo de la salvación definitiva que trae Jesucristo el Mesías; salvación que comienza por valorar a todos los seres humanos como iguales en dignidad, en especial a los postergados, como la mujer en los tiempos de Jesús. Siendo el vino un elemento asociado a la dimensión festiva de la vida, simboliza también la alegría, la amistad, la espontaneidad personal y la libertad que nos trae el Señor. En otras palabras, en Jesús la ley adquiere una plenitud de sentido, enfocada desde la perspectiva del amor, para servir a la vida de la sociedad.
La propuesta del Señor, es válida como alternativa, para iluminar cualquier forma de vida bajo cualquier sistema legal, puesto que el valor de la libertad, el desarrollo personal, la dignidad, la honestidad y la felicidad, son valores universalmente reconocidos y buscados por todos los seres humanos. Nuestro esfuerzo por vivir como sociedad en coherencia con estos valores, puede ser el contexto favorable, para el verdadero milagro que el Señor quiere hoy realizar entre nosotros: Convertir nuestra mente y nuestro corazón, para dejar de lado todo lo que mata la esperanza, la confianza, el amor, la conciencia social y la alegría de vivir. Si no cuidamos y cultivamos estos aspectos, ningún marco legal resultará eficaz para que en nuestra vida nos comportemos como seres humanos en sociedad y para que vivamos y celebremos con la alegría de una fiesta de bodas; es decir, con la alegría de una fiesta motivada por un compromiso de amor.
Fr. Miguel Angel Ríos op.
AMADOS Y ELEGIDOS POR DIOS.
Jesús, desde el punto de vista moral, no necesitaba convertirse, pues no tenía pecado. Sin embargo, el Evangelio de hoy (Lc.3,15-16. 21-22), lo presenta haciéndose bautizar en el Jordán por su primo Juan, en respuesta a la exhortación a la conversión que hacía el Bautista. Con motivo de su bautismo, Jesús recibe el Espíritu Santo, al tiempo que se escucha una voz en el cielo diciendo: “Tú eres mi Hijo el amado. Tú eres mi elegido”. El relato detalla, que Jesús vive esta experiencia, mientras estaba en oración. Estar en oración, recibir el Espíritu Santo, y vivir la experiencia de sentirse amado y elegido por Dios. Estos tres rasgos marcaron profundamente la vida del Nazareno, como verdadero hombre y como verdadero Dios. Son tres rasgos que al irse dando van marcando la vida de cualquier creyente.
Son tres rasgos, que hoy a nosotros pueden renovarnos la vida, haciéndonos cambiar el agitado y mediocre ámbito de nuestras relaciones humanas. Son tres características, que urgen en un mundo, por un lado tan necesitado de alimento para el espíritu, y por otro lado tan alejado de los caminos para encontrar ese alimento. Un mundo tan consumista y materialista en donde pareciera que no queda lugar para nada gratuito, ni siquiera la experiencia de sentirse amado y elegido por alguien que me quiera por lo que soy y no por lo que tengo. Un mundo en donde el diálogo entre las personas y el diálogo con Dios queda relegado a un segundo plano porque es más importante trabajar y producir. Un mundo en donde no muchas personas tienen un cuidado por dar buen ejemplo de algo a alguien, porque muy pocos se comprometen de manera testimonial con sus convicciones profundas. En medio de este mundo, Jesús quiere invitarnos a seguir su ejemplo, para vivir y compartir la experiencia de sentirnos amados y elegidos por Dios, abiertos a la acción de su Espíritu, y en un constante diálogo de oración que nos permita ser y sentirnos plenamente seres humanos, plenamente personas, plenamente hijos de Dios.
Fr. Miguel Angel Ríos op.
HUESCA, sábado, 26 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al evangelio de este domingo de la Sagrada Familia, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, arzobispo electo de Oviedo.
* * *
El evangelio de este domingo navideño nos sitúa ante una escena de la Sagrada Familia. José discreto, Jesús en las cosas de su Padre y María guardando lo que entiende o no entiende en Dios dentro de su corazón. Dios no es un dios solitario, que se aburre en su sillón de nubes pescando con un mando a distancia algo en lo que entretenerse sin más. Dios es un Dios comunión, relación amorosa de tres Personas que se quieren: un Padre que ama al Hijo en el Espíritu, un Amante, un Amado y un Amor, como diría san Agustín. Y este Dios familiar, nos ha hecho a su imagen y semejanza. Sin familia el hombre se deshumaniza. Y por eso Dios, puesto a huma narse, no ha querido prescindir de esta realidad. Jesús, María y a José, tienen una palabra que decirnos. Han querido vivir divinamente la aventura hu mana. Como dice Benedicto XVI, "la revelación bíblica es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres: por este motivo, la historia del amor y de la unión de un hombre y de una mujer en la alianza del matrimonio ha podido ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación". Pero no lo tuvo fácil la Sagrada Familia. Tuvo que afrontar el habitar un mundo muy condicionado por los proyectos ajenos al proyecto de Dios. El Hijo de Dios, ya desde el inicio de su andadura terrestre tendrá que ha bérse las con la inseguridad, la insidia, la hostilidad. La vida será amenazada no sólo en el fi nal de un calvario, sino ya en el principio cuando la palabra y los ges tos de esta nueva criatura, parecían lejanos de presentar un problema a to dos los poderes estableci dos. La vida del Mesías era preciso controlarla, y ante la imposibilidad de esto, era mejor eliminarla o, al menos, censurarla.
Hoy, ante esta vida de Dios que se ha manifestado no sólo hace dos mil años en Belén, sino que a diario se manifiesta en nosotros y entre nosotros, po demos pregun tarnos qué tipos de censuras practicamos... ¡respecto del mismo Dios! Porque podemos ser creyentes de un Dios inofensivo, lejano; creyentes en un Dios con domicilio en cualquier panteón clásico, que no nos denuncie los malos vivires y que no nos anuncie cómo son los vivires buenos, un Dios que nos deje en paz. Hay muchas formas de censurar la vida, la vida que Dios es y que nos da, la vida que Dios pide de nosotros: abortos y eutanasias, injusti cias y matanzas, egoísmos e insolidaridades. Aquella Santa Familia, como aque llos pri meros cristianos, tratándose como eran tratados por Dios, fueron capaces de transfor mar el mundo... sacando al Dios desconocido de los panteones para reconocerlo en lo cotidiano, en los días laborables, en lo familiar de una vida humana.
Este martes 15 de diciembre de
Había nacido en Santiago el 7 de marzo de 1933. Sus estudios básicos y medios los realizó en el Colegio de los Sagrados Corazones de la misma ciudad. Después de estudiar arquitectura por algunos años, ingresó como religioso a
Enseguida continuó sus estudios de postgrado en
Desde los inicios de su ministerio, compartió su tiempo entre el acompañamiento pastoral en sectores populares de Santiago Sur, donde residió la mayor parte de su vida, y el servicio teológico en
Entre 1965 y 1980 integró el equipo teológico de
Desde 1998 y hasta 2004 residió en la ciudad de Río Bueno (diócesis de Valdivia), sirviendo junto a hermanos de su Congregación en la parroquia del lugar y enseñando teología en
A partir de 1960 y hasta 2009 publicó en Chile y en el extranjero varios libros y artículos, entre ellos: Nueva Conciencia de
De regreso en Santiago en 2005, pasó a vivir junto a sus hermanos de Congregación en el sector poblacional Nueva Lo Espejo, desde continuó desarrollando su compromiso con las comunidades de base del lugar y su amplio servicio teológico y pastoral, especialmente en la formación de laicos. En mayo de 2008 se le detectó un tumor canceroso a la vejiga, cuya difusión orgánica no se pudo detener.
Ronaldo Muñoz fue un sacerdote que siempre quiso vivir entre los pobres y así lo hizo. En ellos pudo encontrar con mayor transparencia el rostro de Jesús; de ellos aprendió la sencillez, la solidaridad, el compromiso. A su vez, los pobres lo acompañaron con su fraterno cariño y muy especialmente en la cercanía de su muerte.
En su quehacer teológico supo hacer una adecuada síntesis entre su formación sistemática y la experiencia vital junto a las comunidades cristianas populares. Surgió de allí su valioso aporte a
Murió lleno de fe y esperanza. Poco antes de morir dijo: “Creer en la vida y en la plenitud de la vida más allá de la muerte no es un lugar común. No es algo evidente, no es algo que cae de su peso. Muchos cristianos se dejan seducir por el proyecto de Jesús para humanizar la tierra, pero suspenden su opinión respecto del sentido último de la vida”.
Su amor a
Intentó siempre poner radicalidad en su vida. Desde la manera de vivir y de vestirse, usando recursos pobres y sencillos, hasta ser para los demás una fuente de inteligencia y sabiduría, sin darse importancia, rehuyendo todo honor o vanagloria.
Fuente: Congregación de los Sagrados Corazones
Santiago, 16/12/2009
LA VISITA DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL.
Aunque la Navidad es una fiesta que nos llama a celebrar la Noche Buena en la intimidad familiar, no por eso dejamos de visitarnos entre parientes, amigos, vecinos y conocidos. El mismo hecho de enviarnos tarjetas de saludos y buenos deseos, constituye en cierto modo una forma de visita , y en ese mismo sentido los regalos navideños si se hacen con amor, son también una forma de hacernos presente en la vida de quienes los reciben. Lo importante es tener claro que lo fundamental entre familiares y seres queridos, es la presencia personal, y por eso ni las tarjetas, ni los regalos, pueden opacar ni reemplazar dicha presencia. Al contrario, deben ponerla de relieve. Por eso, este tiempo de Adviento que culmina al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, es un tiempo especialmente favorable para visitarnos y acogernos mutuamente, siguiendo el ejemplo de María al visitar a su prima Isabel (Lc.1,39-45).
Se trata de valorarnos por lo que somos, convencidos que la riqueza que tenemos para compartir, no se identifica con las cosas materiales que podemos comprar, sino que está relacionada con lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra mente y en nuestro corazón. Esa riqueza se identifica con Jesús, el tesoro que María Virgen llevaba en su seno al momento de visitar a su prima Isabel. Nosotros también llevamos ese mismo tesoro, pero de otra forma, en nuestros anhelos por acogernos, alegrarnos, escucharnos, dialogar y compartir la vida expresándonos todo el amor. Lo importante es que con todos los gestos con los que nos digamos feliz navidad, podamos transmitir la sorpresa, la alegría, la bendición y la fecundidad con la que Jesús, quiere dar plenitud a nuestra vida.
El texto evangélico de este cuarto Domingo de Adviento nos dice que Isabel se llenó del Espíritu Santo y sorprendida por la visita de la Virgen María la acogió diciéndole “Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor”. La plenitud de vida que nos trae el nacimiento del niño Dios , tiene que ver con la presencia del Espíritu Santo que da plenitud a todo lo bueno que Dios ha puesto en nosotros, particularmente nuestra capacidad de confianza y fe unida a nuestra capacidad de amar.
Que esta navidad al saludarnos y visitarnos, podamos compartir el regalo de la presencia del Espíritu de Dios y la fe en cada uno de nosotros, para vivir con serenidad todos los momentos y situaciones de nuestra vida, con la certeza de que todas las promesas de Dios se cumplen.
33 Tiempo ordinario (B) Marcos 13, 24-32
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 11/11/09.- Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?
Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el Día Final tan esperado, ¿qué podían pensar?
El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.
Primera convicción. La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin. El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Segunda convicción. Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.
Tercera convicción. Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.
Cuarta convicción. Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
32 Tiempo ordinario (B) Marcos 12, 38-44
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 04/11/09.- El contraste entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.
La crítica de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les gusta «pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos ».
Pero hay algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos » en público, se aprovechan de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.
Precisamente, una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.
Esta viuda no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene para vivir».
No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en