sábado, 27 de marzo de 2010

Evangelio domingo 28 de marzo 2010

Querida Comunidad: les comparto un comentario sobre el evangelio de este domingo...

¡BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR!

Hoy comenzamos la Semana Santa y el evangelio nos narra la entrada de Jesús a Jerusalén, según la versión del evangelista san Lucas (Lc.19,28-40). Se trata de una entrada distinta a la del común de los peregrinos que llegaban a Jerusalén con motivo de la celebración de la pascua del pueblo judío. Jesús no entra a Jerusalén confundido entre la multitud de peregrinos, porque, a pocos días de sufrir su crucifixión y muerte, en la última etapa de su vida terrena, él quiere expresar de manera visible con signos contundentes, el sentido salvador de todo lo realizado durante su vida y de lo que se realizará en su pasión, muerte y Resurrección.

Aclamado por la gente que le grita: “Bendito en el nombre del Señor el que viene como rey”, Jesús se revela como un monarca que no es de este mundo, desde el momento en que no se muestra con el poder de los grandes de este mundo. No llega en cabalgadura militar, sino montado humildemente sobre un asno. Su reinado es el del servicio, por eso es recibido con los signos populares que la gente de Israel acostumbró realizar, cuando en ocasiones anteriores acogió a quienes reconoció a través de su historia como sus reyes y servidores, como por ejemplo Salomón. Entre esos signos están las aclamaciones, las palmas y los mantos puestos a su paso a modo de alfombra.

Pero en Jesús, hay alguien más que una persona humana; la gente lo reconoce como el que viene en nombre del Señor, es decir, lo reconoce como el Mesías, el Salvador, el que viene a realizar una nueva pascua; la Pascua de la Alianza nueva y eterna, con la cual Jesús realiza para todos nosotros el sencillo servicio del amor, perdonando nuestros pecados.

Al iniciar la Semana Santa, celebrando el Domingo de Ramos, dispongámonos no solo a disfrutarla como un tiempo de descanso aprovechando los días feriados, sino vivámosla sobre todo como un tiempo apropiado para recibir a Jesús, que al igual como entró en Jerusalén, quiere entrar en nuestras vidas con la ceremonia de un rey servidor, para llevarnos en su Pascua a vivir nuestra pascua, dando los pasos necesarios desde nuestros egoísmos, orgullos y rencores, hacia el amor, la generosidad, la sencillez y el perdón, para reencontrarnos con nosotros mismos, con Dios y nuestros hermanos como servidores y ser bendecidos por aquel que viene en el nombre del Señor.

Fr. Miguel Angel Ríos op.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Divorciados que se vuelven a casar

Queridos amigos les comparto esta noticia. Estamos en deuda con esta atención particular en la Iglesia. Creo que es bueno mirar-nos y mirar a Jesús. El Evangelio se hace "Buena Noticia" viviendo la acogida. Respecto las situaciones "humanamente difíciles"... nos puede dar luces la praxis de la Iglesia primitiva respecto los casos del cónyuge injustamente abandonado.
Que tengan un buen día...
Divorciados que se vuelven a casar: una atención particular de la Iglesia
Entrevista al obispo-regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica

ROMA, martes 23 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El obispo-regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica, monseñor Giovanni Francesco Girotti, abordó el tema de la actitud de los confesores en el delicado caso de las personas divorciadas que se han vuelto a casar.

Lo hizo ante los micrófonos de Radio Vaticano el pasado 8 de marzo, durante el curso anual de la Penitenciaría Apostólica para jóvenes sacerdotes sobre “fuero interno”, celebrado en el Vaticano del 8 al 12 de marzo,

El prelado destacó que “la doctrina y la práctica oficial de la Iglesia vigentes actualmente buscan recorrer una ruta fiel al mandato recibido por el Señor, que es quien administra perdón y misericordia”.

“La Iglesia, frente a las situaciones a veces muy delicadas -como el caso de los divorciados que se han vuelto a casar-, y el Papa nos lo recuerda muy a menudo, actúa siempre según el espíritu de Jesús, que tiene compasión por los pecadores”, añadió.

El confesor es “el administrador” de este ministerio y no el “patrón”.

Así, “cuando no puede dar la absolución, da las indicaciones, ofrece los medios para poder mantenerse siempre en el corazón de la Iglesia”.

La Iglesia “no puede faltar a su mandato, no puede ocultar sus principios, pero a pesar de ello, la Iglesia se debe a estas personas a las que no puede abandonar”, destacó.

El prelado también recordó que la Iglesia, “en todas sus intervenciones, también recientes, ha demostrado siempre una atención, un cuidado, un compromiso de ir al encuentro de situaciones humanamente difíciles y que parecen imposibles de resolver”.

“Por supuesto”, los divorciados que se han vuelto a casar continúan perteneciendo a la Iglesia, insistió.

Y concluyó: “El cuidado que hay que reservarles es verdaderamente una tarea digna de atención”.

lunes, 22 de marzo de 2010

Una interesante reflexión en torno al terremoto.


Queridos amigos y amigas: me llegó esta interesante y profunda reflexión sobre el terremoto. La comparto con Uds.


¿Es responsable Dios de este terremoto?

En ciertas ocasiones los seres humanos, incluso siendo cristianos, nos preguntamos por la existencia del mal. “¿Por qué el mal?”. El tremendo terremoto que nos ha azotado ha hecho que volvamos a hacernos la misma pregunta. Como creyentes hacemos incluso otra pregunta: ¿es responsable Dios de esta tragedia?

He estudiado el tema, pero las respuestas no me convencen. Las soluciones muy racionales a estos cuestionamientos, por una parte son indignantes para los que sufren y, por otra, conducen a una naturalización del mismo mal. Tanto el mal físico como el mal moral llevan la marca del misterio. Con todo, no es inútil mantener estos cuestionamientos porque, en la medida que tratamos de resolverlos, hallamos algunas claridades y abrimos posibilidades a reconstrucciones insospechadas.

Cabe aclarar, en primero lugar, de qué Dios se trata. Cuando hablamos de la posibilidad de que “un dios” sea responsable del terremoto suponemos que este “dios” puede ser el culpable directo del sufrimiento atroz de algunas personas; que este “dios” pone pruebas a la gente, como ser, arrebatar a una madre de sus brazos a dos de sus hijos para que ella crea por fin en su poder; que podría, si quiere, castigar a los miserables por miserables, y a los pecadores por pecadores; que este “dios” se divierte con su mundo y que la humanidad debe vivir, en consecuencia, expuesta a su arbitrariedad. Ninguno de estos dioses, empero, es el Dios de los cristianos. ¿Cómo lo sabemos?

Es necesario volver a la historia. Los cristianos conocemos a Dios gracias a un hombre inocente con apariencia de castigado que creyó, sin embargo, que Dios era un Papá y que habría de reinar como un “padre nuestro”. Esta fe suya le costó la vida. ¿Cómo habría de creerse –dirían autoridades religiosas de entonces- que Dios es amor y solo amor; que ama a los que nadie ama y ofrece un perdón incondicional a los que es normal castigar? Allí, en la cruz, la Iglesia naciente creyó en un Dios trino. Allí, en Jesús crucificado, nunca Dios fue más nuestro y nunca fuimos más suyos. Por esto, cuando los cristianos delante de la cruz nos hacemos la pregunta por el origen del mal somos desarmados por Cristo. Bien podremos quejarnos contra “Dios”, lo hizo Job. Pero no contra Jesús. Hoy, Cristo, como nuestro representante, pregunta a Dios por los millares de crucificados por el terremoto: muertos, heridos, huérfanos, hambrientos, enfermos, despojados, sin-techos, cesantes… Pero el mismo Jesús constituye, a la vez, la cercanía de Dios, el consuelo y la mano amiga sobre el hombro del que lo perdió todo.

Los cristianos no incurrimos en ningún “dolorismo” cuando nos aferramos al crucificado pues lo creemos resucitado. El dolor por el dolor solo hace daño. Lo último es la resurrección, no la muerte. Pero la confesión de la resurrección puede ser vana. Creemos que la cruz salva porque Jesús fue resucitado, pero si nosotros cristianos no resucitamos a los crucificados y con los crucificados, nuestra creencia en el Dios de Jesús se vuelve irrisoria u ofensiva. ¿Podemos decirle hoy a los que sufren que Cristo está con ella? Sí y no. No podrían los jóvenes, si en vez de salir pala en mano a ayudar a los damnificados se quedan de brazos cruzados. Sí podrían los ancianos, si no pudieran hacer nada más que rezar con sus compatriotas: “Dios nuestro, por qué nos has abandonado”. La fe en Cristo es auténtica cuando no asfixia el escándalo del dolor inocente con razonamientos justificadores de lo injustificable; cuando recicla este escándalo como amor que colabora libremente en la obra de un Dios Creador cuya obra nos desconcertaría por completo si no experimentáramos que este amor es lo más real de lo real.

Estamos ante una catástrofe, pero también ante uno de esos momentos de la vida en que se decide un rumbo definitivo. ¿Chile? ¿Qué es? ¿Quién? Chile es un país que puede convertir esta catástrofe en un acontecimiento de amor masivo y profundo. Estos días en que hemos visto tanto dolor, los chilenos tendríamos que estar más atentos que nunca al inmenso amor que llevamos en la sangre y que está haciendo milagros entre todos nosotros. Este debiera ser el aporte cristiano. Los terremotos en Chile son nuestro sino, pero nuestra vocación es la solidaridad. Los terremotos para los chilenos, en la óptica de la fe cristiana, no ocurren por “culpa” del “Padre nuestro”, sino que son una ocasión para amarnos y creer en el Amor. Tal vez ni el propio Jesús habría podido explicar el origen de este desastre, pero de nuevo habría dado su vida para que creyéramos que el Amor es el sentido definitivo, a veces atrozmente oculto, de la creación. Lo más real de lo real.

Jorge Costadoat

Centro Teológico Manuel Larraín

Evangelio domingo 21 de marzo 2010

“…YO TAMPOCO TE CONDENO…”

Forma parte de la justicia, el respetar el derecho de alguien a rehabilitarse de un eventual error, delito o pecado. A este respecto, resulta iluminador el mensaje del evangelio de hoy ((Jn.8,1-11), mostrándonos el amor y el perdón como una alternativa posible y eficaz, para salvar el derecho a la vida, la dignidad y la rehabilitación de quien ha cometido una falta. Se trata del caso de la mujer adúltera, condenada por la ley judía de su época, a la pena capital de lapidación (apedreamiento).

La fuerza del mensaje de este episodio está en la forma de proceder de Jesús que actúa con el criterio del amor, a partir del cual, juzga una situación de pecado sin declarar inocente a la persona, pero tampoco la condena a muerte; por el contrario, interpreta la ley para ponerla al servicio de la vida de la pecadora. En segundo lugar, Jesús procede frente a los maestros de la ley con una sana astucia, buscando como objetivo, no el engañarlos, sino, al contrario, desenmascarar la trampa que ellos quieren tenderle, aprovechándose de la situación de la mujer; por eso les dice: “El que esté libre de pecado, que le lance la primera piedra”. Como resultado, uno a uno los acusadores se fueron retirando del lugar. Jesús logró cuestionar la conciencia de ellos hasta hacerlos darse cuenta, que desde el punto de vista moral , no eran mejores que la mujer acusada. Por último, tenemos la actitud misericordiosa de Jesús frente a la mujer, después de quedar solo con ella: “…mujer ¿Dónde están: ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno”. De este modo el Señor salva la vida de la mujer, la libera de la humillación y culpabilización moral, devolviéndole la dignidad como persona en la que se puede confiar a pesar de lo que haya hecho; por eso le dice:”vete y no vuelvas a pecar en adelante”.

Desde nuestra condición humana, todos podemos reflejarnos en la situación de esta mujer, porque todos cometemos errores y nos exponemos a sufrir descalificación moral, sintiendo la necesidad de recibir perdón y la posibilidad de una nueva oportunidad. A diferencia de ella, nuestro sistema legal, no nos condena a muerte por causas de tipo religioso-moral; pero con la murmuración, los prejuicios y el popular “pelambre”, podemos destruir la vida de alguien, sin sopesar las consecuencias, si el día de mañana somos nosotros los que estamos en una situación similar. Jesús nos llama a respetarnos, sobre todo cuando queda al descubierto la parte frágil de nuestra condición humana. La manifestación más noble de ese respeto es el amor bajo la forma de misericordia y perdón y alcanza su expresión concreta cuando somos capaces de decir a alguien, desde el corazón: “Yo tampoco te condeno”.

Fr.Miguel Angel.

lunes, 15 de marzo de 2010

Evangelio domingo 14 de marzo 2010.

Queridos amigos y amigas el terremoto no ha pasado inadvertido, nos ha hecho detenernos para pensar sobre nuestra propia fragilidad y sobre aquello que es verdaderamente importante: la familia, los hijos, los amigos, las personas que amamos, la vida.

Les saludo a la distancia, mil abrazos. Les anexo la reflexión bíblica sobre el comentario al evangelio de este domingo recién pasado de Fray Miguel Angel.

TERREMOTO Y CONVERSIÓN

Se acabó el terremoto y ahora viene la reconstrucción. Algunos lo perdieron todo, hay que empezar todo de nuevo. Algunos perdieron parte de lo que tenían, esa parte se reconstruirá de nuevo. Algunos no perdieron nada y sólo sufrieron daños menores, en este caso habrá que reponer los estucos y limpiar la tierra que cayó. De todas formas, todos tendremos algo nuevo después de la catástrofe. No será de inmediato seguramente, pero mientras nos defendemos con algo provisorio, se va haciendo la nueva reparación definitiva.

Así como se dan los fenómenos de los terremotos en tantos suelos y en especial en nuestro suelo chileno, así también en ese otro terreno que es el terreno espiritual de nuestra vida, también se dan “terremotos” que nos afectan en lo personal, familiar y social. “Terremotos” que echan por tierra nuestra vida, cuando descubrimos que los cimientos en los que la afianzábamos eran falsos, frágiles, inconsistentes e insuficientes.

La parábola del Hijo pródigo (Lc.15,11-32), es un ejemplo de una familia que en un determinado momento de su vida, sufre un “terremoto”, por causa de un hijo que se va de la casa, ansioso por gastar en todo tipo de placeres el dinero de la herencia que le correspondía. En lo personal el hijo sufre este terremoto, en el momento en que se le acaba el dinero, pasa hambre y se siente solo; su padre sufre esta crisis en el momento en que el hijo se aleja del hogar y también se siente solo. Ambos experimentan la fragilidad y lo caduco de la forma de relacionarse que hasta ese momento tenían. La parábola no nos dice nada explícito a este respecto, pero permite suponer que faltaba un nivel de mayor profundidad en esa relación familiar entre un hijo que tenía todo lo material que pedía y un padre que se lo concedía.

El desenlace del relato nos muestra que en circunstancias de crisis, se despierta en las personas una especie de intuición que hace percibir lo importante, lo verdadero, lo esencial, lo que está en peligro de perderse al equivocar los criterios de vida y tomar por esencial y absoluto, lo que no es más que relativo y mediático. Este hijo y este padre de la parábola, dan un vuelco radical a sus vidas a partir de ese momento crítico. Se vuelcan a la verdad del amor , descubriéndola y experimentándola como la cualidad esencial de todo ser humano. El hijo va a vivir este amor en clave de arrepentimiento y humildad para reconocer su error, y el padre va a vivir este amor en clave de gratuidad, acogida, entrega, esperanza y confianza. Lo central del relato viene a ser el reencuentro fundado sobre la cualidad esencial del amor, que hace que a partir de allí se comience a desarrollar una relación nueva, mucho más profunda ,auténtica y duradera, que la primera que estaba condicionada por el ídolo de lo material. En este hijo y este padre que se reencuentran, están representadas las cualidades del amor de Dios para cono nosotros, en especial su misericordia.

Una verdadera conversión, es como “terremoto” espiritual, y se desencadena cuando vivimos una experiencia fuerte de dolor, de fragilidad, de impotencia frente a alguna situación. También se dan cuando, a pesar de lo que hayamos hecho, experimentamos la gratuidad del amor, el perdón, y la alegría que transmite el rostro de quien nos acoge con misericordia, confianza y esperanza Allí nos encontramos con nuestro Padre Dios. Por aquí va la conversión a la que nos llama el Señor con esta parábola del Hijo pródigo en este cuarto Domingo de Cuaresma. ¿Hay algo que en este tiempo de conversión me esté remeciendo con fuerza?¿Qué terremotos interiores estoy viviendo?.

Fr Miguel Angel Ríos op.

MUSICA DE FONDO