lunes, 22 de marzo de 2010

Evangelio domingo 21 de marzo 2010

“…YO TAMPOCO TE CONDENO…”

Forma parte de la justicia, el respetar el derecho de alguien a rehabilitarse de un eventual error, delito o pecado. A este respecto, resulta iluminador el mensaje del evangelio de hoy ((Jn.8,1-11), mostrándonos el amor y el perdón como una alternativa posible y eficaz, para salvar el derecho a la vida, la dignidad y la rehabilitación de quien ha cometido una falta. Se trata del caso de la mujer adúltera, condenada por la ley judía de su época, a la pena capital de lapidación (apedreamiento).

La fuerza del mensaje de este episodio está en la forma de proceder de Jesús que actúa con el criterio del amor, a partir del cual, juzga una situación de pecado sin declarar inocente a la persona, pero tampoco la condena a muerte; por el contrario, interpreta la ley para ponerla al servicio de la vida de la pecadora. En segundo lugar, Jesús procede frente a los maestros de la ley con una sana astucia, buscando como objetivo, no el engañarlos, sino, al contrario, desenmascarar la trampa que ellos quieren tenderle, aprovechándose de la situación de la mujer; por eso les dice: “El que esté libre de pecado, que le lance la primera piedra”. Como resultado, uno a uno los acusadores se fueron retirando del lugar. Jesús logró cuestionar la conciencia de ellos hasta hacerlos darse cuenta, que desde el punto de vista moral , no eran mejores que la mujer acusada. Por último, tenemos la actitud misericordiosa de Jesús frente a la mujer, después de quedar solo con ella: “…mujer ¿Dónde están: ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno”. De este modo el Señor salva la vida de la mujer, la libera de la humillación y culpabilización moral, devolviéndole la dignidad como persona en la que se puede confiar a pesar de lo que haya hecho; por eso le dice:”vete y no vuelvas a pecar en adelante”.

Desde nuestra condición humana, todos podemos reflejarnos en la situación de esta mujer, porque todos cometemos errores y nos exponemos a sufrir descalificación moral, sintiendo la necesidad de recibir perdón y la posibilidad de una nueva oportunidad. A diferencia de ella, nuestro sistema legal, no nos condena a muerte por causas de tipo religioso-moral; pero con la murmuración, los prejuicios y el popular “pelambre”, podemos destruir la vida de alguien, sin sopesar las consecuencias, si el día de mañana somos nosotros los que estamos en una situación similar. Jesús nos llama a respetarnos, sobre todo cuando queda al descubierto la parte frágil de nuestra condición humana. La manifestación más noble de ese respeto es el amor bajo la forma de misericordia y perdón y alcanza su expresión concreta cuando somos capaces de decir a alguien, desde el corazón: “Yo tampoco te condeno”.

Fr.Miguel Angel.

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