miércoles, 13 de enero de 2010

Evangelio domingo 17 de enero 2010.

CON LA ALEGRÍA DE UNA FIESTA DE BODAS.

Desde hace ya cierto tiempo, asistimos a una crisis de eficiencia y sentido por la que están pasando algunos organismos e instituciones que a nivel internacional y nacional, deberían ser los garantes de la democracia, el diálogo, la igualdad entre todos los seres humanos y la paz, de modo que los naturales conflictos por los que una sociedad como grupo humano tiene que pasar, no derivaran en guerras, violencia, abusos de poder y tristeza para quienes sufren las consecuencias. El problema no solo está en las instituciones en sí, sino también en falencias de tipo valórico, ético y de madurez cívica, en las personas que componen un grupo social. Algo parecido sucedió en la época de Jesús con la ley del pueblo judío, que en ese caso, no solo tenía valor como norma civil, sino también como mandato de Dios. La ley había perdido su sentido como compromiso de amor mutuo entre Dios y su pueblo. Se multiplicaron un sin número de preceptos burocráticos. Así, la ley del pueblo judío se transformó en un problema, más que en un servicio a la vida.

Esta situación es la que el evangelista Juan presenta de manera simbólica en este primer milagro realizado por Jesús como signo de su condición de Salvador para la historia humana. Es el milagro en que el Señor convirtió el agua en vino durante las bodas de Caná (Jn.2,1-11). Las tinajas vacías usadas para las purificaciones rituales, simbolizan la ley vacía de sentido, poniendo énfasis en un rito que purifica, pero que no termina por salvar, porque sus preceptos no responden a las necesidades reales de la gente. En contraste con esta realidad, a petición de su madre María, Jesús manda llenar las tinajas de agua y la convierte en buen vino. En el contexto del relato, el vino es simbólicamente el signo de la salvación definitiva que trae Jesucristo el Mesías; salvación que comienza por valorar a todos los seres humanos como iguales en dignidad, en especial a los postergados, como la mujer en los tiempos de Jesús. Siendo el vino un elemento asociado a la dimensión festiva de la vida, simboliza también la alegría, la amistad, la espontaneidad personal y la libertad que nos trae el Señor. En otras palabras, en Jesús la ley adquiere una plenitud de sentido, enfocada desde la perspectiva del amor, para servir a la vida de la sociedad.

La propuesta del Señor, es válida como alternativa, para iluminar cualquier forma de vida bajo cualquier sistema legal, puesto que el valor de la libertad, el desarrollo personal, la dignidad, la honestidad y la felicidad, son valores universalmente reconocidos y buscados por todos los seres humanos. Nuestro esfuerzo por vivir como sociedad en coherencia con estos valores, puede ser el contexto favorable, para el verdadero milagro que el Señor quiere hoy realizar entre nosotros: Convertir nuestra mente y nuestro corazón, para dejar de lado todo lo que mata la esperanza, la confianza, el amor, la conciencia social y la alegría de vivir. Si no cuidamos y cultivamos estos aspectos, ningún marco legal resultará eficaz para que en nuestra vida nos comportemos como seres humanos en sociedad y para que vivamos y celebremos con la alegría de una fiesta de bodas; es decir, con la alegría de una fiesta motivada por un compromiso de amor.

Fr. Miguel Angel Ríos op.

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