lunes, 21 de diciembre de 2009

Evangelio del domingo 20 de diciembre

LA VISITA DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL.

Aunque la Navidad es una fiesta que nos llama a celebrar la Noche Buena en la intimidad familiar, no por eso dejamos de visitarnos entre parientes, amigos, vecinos y conocidos. El mismo hecho de enviarnos tarjetas de saludos y buenos deseos, constituye en cierto modo una forma de visita , y en ese mismo sentido los regalos navideños si se hacen con amor, son también una forma de hacernos presente en la vida de quienes los reciben. Lo importante es tener claro que lo fundamental entre familiares y seres queridos, es la presencia personal, y por eso ni las tarjetas, ni los regalos, pueden opacar ni reemplazar dicha presencia. Al contrario, deben ponerla de relieve. Por eso, este tiempo de Adviento que culmina al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, es un tiempo especialmente favorable para visitarnos y acogernos mutuamente, siguiendo el ejemplo de María al visitar a su prima Isabel (Lc.1,39-45).

Se trata de valorarnos por lo que somos, convencidos que la riqueza que tenemos para compartir, no se identifica con las cosas materiales que podemos comprar, sino que está relacionada con lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra mente y en nuestro corazón. Esa riqueza se identifica con Jesús, el tesoro que María Virgen llevaba en su seno al momento de visitar a su prima Isabel. Nosotros también llevamos ese mismo tesoro, pero de otra forma, en nuestros anhelos por acogernos, alegrarnos, escucharnos, dialogar y compartir la vida expresándonos todo el amor. Lo importante es que con todos los gestos con los que nos digamos feliz navidad, podamos transmitir la sorpresa, la alegría, la bendición y la fecundidad con la que Jesús, quiere dar plenitud a nuestra vida.

El texto evangélico de este cuarto Domingo de Adviento nos dice que Isabel se llenó del Espíritu Santo y sorprendida por la visita de la Virgen María la acogió diciéndole “Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor”. La plenitud de vida que nos trae el nacimiento del niño Dios , tiene que ver con la presencia del Espíritu Santo que da plenitud a todo lo bueno que Dios ha puesto en nosotros, particularmente nuestra capacidad de confianza y fe unida a nuestra capacidad de amar.

Que esta navidad al saludarnos y visitarnos, podamos compartir el regalo de la presencia del Espíritu de Dios y la fe en cada uno de nosotros, para vivir con serenidad todos los momentos y situaciones de nuestra vida, con la certeza de que todas las promesas de Dios se cumplen.

Fr. Migue

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