Estimados amigos y amigas: comparto la Buena Noticia de este domingo 06.09.2009. El evangelio de Mc 7,31-37. Es un texto intenso, lleno de fuerza, proclamado por Jesús a partir de una palabra: “¡ÁBRETE!”
En medio de muchos aspectos buenos, nuestra cultura también tiene sus defectos. Uno de ellos es la incomunicación. Es una de las enfermedades de nuestra sociedad actual, que ataca el alma, impidiéndonos la comunicación con nosotros mismos y con las demás personas.
Estamos en una situación parecida a la del sordo mudo del evangelio de hoy (Mc.7,31-37). Este enfermo estaba sumido en un silencio que le impedía oír y hablar. El aislamiento en el que se encontraba había deteriorado la calidad de su vida. En estas condiciones fue llevado ante Jesús. El Señor introdujo sus dedos en sus oídos, tocó con saliva su lengua, y mirando al cielo pronunció la palabra “effetá”, es decir “ábrete”. Esta palabra de Jesús, rompió el silencio que envolvía a este hombre, rehaciendo y cambiando su vida para siempre. Marcado por este hecho, el hombre no pudo callar la noticia y la comunicó a todos. Se transformó en un comunicador de la plenitud de vida que recibió de Jesús.
“¡Ábrete!”, es la palabra que el Señor nos dirige, para romper la incomunicación que nos aqueja en nuestra vida actual. ¿A qué estoy siendo sordo hoy?,¿En qué momentos me bloqueo sin poder decir, o sin querer decir lo que siento, lo que pienso y lo que quiero?. “Effetá” para nosotros se traduce en un ábrete al diálogo, al perdón, a la tolerancia, a la verdad y al amor, para dar un vuelco definitivo a las enemistades, prejuicios y rechazos. Se trata de abrirnos al diálogo y a la comunicación, con nuestros seres queridos, en nuestra comunidad, con los colegas de trabajo, con los vecinos del barrio. En el fondo se trata de un “ábrete” a recibir y comunicar vida, amor y paz, para hacer más humano nuestro convivir social.
Nada más actual y esperanzador, en medio de un modo de existir sordo y mudo a lo esencial que es la comunicación, entendida como la capacidad de expresar, percibir, acoger y sentir el querer más profundo de nuestra vida; aquel que le da sentido a nuestro ser, aquel que nos acerca al misterio de nuestra identidad, aquel que nos da sentido de pertenencia y nos impulsa hacia delante, optando por proyectar nuestra vida con los valores del amor y el diálogo, la comunión y la participación; y la apertura generosa, para acoger a todo aquel que practicando en su vida estos valores, alcanza la comunicación con Jesucristo el Señor.
Fr. Miguel Angel Ríos Op.
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