¿QUIÉN ME TOCÓ?
Cuando se trata de aparecer ante otras personas, sobre todo si es por primera vez, la tendencia es la de dar una imagen óptima, que despierte admiración en los demás: exitoso, buena salud, buena situación laboral y económica. Nada malo hay en esto, a condición de no falsear la realidad de los problemas y sufrimientos que todos llevamos dentro, ocultándolos tras una máscara de superficialidad. Sólo reconociendo nuestros dolores y sufrimientos, podemos percatarnos de lo importante que es saber pedir ayuda y aceptarla en el momento oportuno, cuando no podemos salir de un problema por nuestros propios medios. En el caso de Jesús, en su época, algunas personas lo buscaron motivados por la gran popularidad que él alcanzó entre la gente. Otros lo buscaron por razones más profundas. El evangelio de hoy (Mc.5,21-43), nos presenta a Jesús apretujado en medio de una multitud que quiere verlo, oírlo y tocarlo, porque es el personaje “top” del momento. El Señor percibe este motivo superficial; pero también capta en medio de esa aglomeración, la motivación profunda de dos personas: Jairo, un papá que tiene su hija agonizando, al punto que morirá antes que llegue a sanarla, y una mujer enferma de una hemorragia que la relega al margen de la sociedad de su época. Estas dos personas, acuden a Jesús no por querer tocarlo físicamente, para decir, ¡me saludó, estuve con él, me miró!, sino para poner en sus manos, la esperanza y la fe de ser sanados de la pobreza, el dolor, la postergación y la muerte, por causa de una enfermedad.
“¿Quién me tocó?” pregunta Jesús al momento de sentir que su fuerza sanadora ha actuado en la mujer enferma que palpó con toda su fe la orla de su manto. “ No tengas miedo, solamente ten fe”, le dice a Jairo, ante el fallecimiento de su hija. “Tocar al Señor” significa vivir la vida con fe, convencidos de que Él nos sana y nos salva cuando acudimos en busca de su ayuda, desde nuestras pobrezas, enfermedades y sufrimientos. “¿Quién me tocó?” es tal vez la pregunta que todos tenemos que hacernos, después de cuestionarnos si nos sentimos interpelados en lo profundo de nuestro corazón por la situación de quienes hoy sufren no solo enfermedades físicas, sino sobre todo las más graves que son las del alma, o si por el contrario nos quedamos en la periferia de la fe, admirando lo “espectacular y bonito” de las sanaciones realizadas por el Señor.
Fr. Miguel Angel Ríos op.
Cuando se trata de aparecer ante otras personas, sobre todo si es por primera vez, la tendencia es la de dar una imagen óptima, que despierte admiración en los demás: exitoso, buena salud, buena situación laboral y económica. Nada malo hay en esto, a condición de no falsear la realidad de los problemas y sufrimientos que todos llevamos dentro, ocultándolos tras una máscara de superficialidad. Sólo reconociendo nuestros dolores y sufrimientos, podemos percatarnos de lo importante que es saber pedir ayuda y aceptarla en el momento oportuno, cuando no podemos salir de un problema por nuestros propios medios. En el caso de Jesús, en su época, algunas personas lo buscaron motivados por la gran popularidad que él alcanzó entre la gente. Otros lo buscaron por razones más profundas. El evangelio de hoy (Mc.5,21-43), nos presenta a Jesús apretujado en medio de una multitud que quiere verlo, oírlo y tocarlo, porque es el personaje “top” del momento. El Señor percibe este motivo superficial; pero también capta en medio de esa aglomeración, la motivación profunda de dos personas: Jairo, un papá que tiene su hija agonizando, al punto que morirá antes que llegue a sanarla, y una mujer enferma de una hemorragia que la relega al margen de la sociedad de su época. Estas dos personas, acuden a Jesús no por querer tocarlo físicamente, para decir, ¡me saludó, estuve con él, me miró!, sino para poner en sus manos, la esperanza y la fe de ser sanados de la pobreza, el dolor, la postergación y la muerte, por causa de una enfermedad.
“¿Quién me tocó?” pregunta Jesús al momento de sentir que su fuerza sanadora ha actuado en la mujer enferma que palpó con toda su fe la orla de su manto. “ No tengas miedo, solamente ten fe”, le dice a Jairo, ante el fallecimiento de su hija. “Tocar al Señor” significa vivir la vida con fe, convencidos de que Él nos sana y nos salva cuando acudimos en busca de su ayuda, desde nuestras pobrezas, enfermedades y sufrimientos. “¿Quién me tocó?” es tal vez la pregunta que todos tenemos que hacernos, después de cuestionarnos si nos sentimos interpelados en lo profundo de nuestro corazón por la situación de quienes hoy sufren no solo enfermedades físicas, sino sobre todo las más graves que son las del alma, o si por el contrario nos quedamos en la periferia de la fe, admirando lo “espectacular y bonito” de las sanaciones realizadas por el Señor.
Fr. Miguel Angel Ríos op.
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